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El lenguaje inclusivo en debate
En los últimos años organizaciones sociales, en especial movimientos feministas, han impulsado un cambio en el lenguaje que elimine el uso del género masculino en los casos en los que nos referimos a mujeres, hombres y disidencias. Para conocer más acerca del tema el Portal de la Udelar dialogó con las docentes de la Universidad de la República (Udelar) Virginia Bertolotti, profesora Titular del Departamento de Medios y Lenguajes, Facultad de Información y Comunicación (FIC) de la Udelar y Académica de Número de la Academia Nacional de Letras, Uruguay y Mariana Achugar, profesora Titular Departamento de Medios y Lenguajes de la FIC.

Virginia Bertolotti conversó con el Portal de la Udelar desde su posición personal y no en representación de las dos instituciones donde trabaja: la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar y la Academia Nacional de Letras, que no tienen una postura sobre el tema. «Lo que digo es en mi rol de obrera de la lengua», aclaró.
«Una discusión poco saldada»
Entiende que cuando se discute sobre este tema se debe tener en cuenta que «hablamos de cosas distintas cuando hablamos de lenguaje inclusivo, de lenguaje incluyente y de lenguaje no sexista». En este sentido, se parte de la base de que son formas lingüísticas que intentan intervenir sobre la lengua para dar cuenta que no se está de acuerdo con distintas formas de discriminación social hacia la mujer u otras identidades u opciones culturales, indicó. «Es una discusión poco saldada hasta donde yo entiendo». Considera que la mejor forma de incluir a todas las personas es estar convencidos internamente de que todas las personas ocupan un lugar de igualdad más allá de las diferencias individuales. «Eso difícilmente lo pueda hacer una lengua en sus estructuras», sostuvo.
También, subrayó que no coincide con la afirmación de que el español es una lengua sexista, «la lengua no es sexista ni no sexista, lo que puede ser sexista son los discursos que construimos» porque «las lenguas existen en los hablantes, por tanto mientras exista discriminación, quienes discriminan lo van a reflejar en sus discursos», señaló. En este marco, considera que si se propusiera conseguir una expresión de cada una de las posibles identidades sexuales, eso seguramente funcionaría durante un tiempo restringido porque sería muy difícil de sostener por su complejidad. Por tanto, es mucho más probable que se encuentren formas de expresarlo en el discurso, donde se negocian las identidades sociales, que en la morfología, que es una parte muy interna de la lengua, indicó. «En la medida en que haya nuevas realidades, la lengua va a crear nuevas palabras», agregó. Sostiene que la lengua es algo natural, que se activa y funciona socialmente entre los hablantes. «No es una creación totalmente cultural como puede ser un cuadro».
El argumento de que en español el género no marcado -el que se usa para nombrar lo masculino y lo femenino- es el masculino por tratarse de una sociedad patriarcal, podría ser válido para nuestro idioma pero no todas las lenguas del mundo tienen como género no marcado el masculino, indicó Bertolotti. Además, hay muchas lenguas que no tienen género y establecen las relaciones de concordancia por otros mecanismos mientras que en otras hay dos, tres o cuatro géneros y estos no siempre se relacionan con entidades sexuadas, apuntó. «Que las sociedades son y han sido patriarcales no tengo duda, pero que esa es la razón por la que en las lenguas el género no marcado es masculino, es algo que no me animo a afirmar por ahora», señaló.
Añadió que no concuerda con la idea de que hubo un mejor estadio de la lengua en el pasado y por eso hay que preservarla como está, opina que la lengua puede atravesar procesos históricos y transformarse. Por tanto sostiene que el hecho de que las lenguas cambien, no es algo que vaya a afectar su supervivencia ni hacer que se deterioren ni corrompan: «si efectivamente este movimiento del lenguaje inclusivo avanzara y este cambio lingüístico se difundiera, el español tendría tres géneros como tenía el latín pero seguramente lo seguiríamos considerando español».
«Las lenguas son usadas socialmente, con las lenguas queremos, odiamos, aprendemos, registramos, transmitimos, somos muchos usuarios al mismo tiempo haciendo muchas cosas con las lenguas, por tanto es absolutamente inevitable que las lenguas cambien», afirmó Bertolotti. Añadió que las únicas lenguas que no cambian son las lenguas inventadas y las que están muertas, las que dejaron de tener hablantes.
Con respecto a la afirmación de que todas las lenguas van a cambiar, Bertolotti señaló que la pregunta pertinente es: ¿todos los cambios son percibidos de la misma manera?, «clarísimamente no», respondió. Explicó que hay cambios lingüísticos que no percibimos que están sucediendo, es el caso de la introducción de la preposición «a» delante del objeto directo por ejemplo «yo miré a la ventana» que es una modificación que está en proceso. «Este cambio no provoca ningún tipo de sensibilidad en los hablantes del idioma español, pasa absolutamente desapercibido», agregó. Por el contrario los cambios en el léxico como la introducción de los anglicismos, son mucho más notorios, los hablantes los percibimos mucho más y a veces generan controversia, sostuvo.
Entiende que los cambios morfológicos como los que impulsa «la vieja idea de las guías del lenguaje inclusivo», en general son muy perceptibles. Estas guías partían del supuesto de que la morfología determinaba la visión del mundo. En este marco, considera que «una intervención lingüística del tipo del lenguaje inclusivo, llama mucho la atención y desencadena todos los prejuicios que forman parte de la percepción social de la lengua en sociedad. Si además viene de la mano de discursos feministas, tenemos la situación perfecta para generar reacciones negativas».
«Las intervenciones sobre la lengua siempre son políticas»
Bertolotti señaló que para que en las prácticas comunicacionales se utilice un lenguaje que represente a todas las personas, sería cuidadosa con los discursos públicos que son controlables pero «no incursionaría en guías de lenguaje». Afirmó que «las intervenciones sobre la lengua siempre son políticas» porque «la lengua por lo menos en sociedades altamente letradas como la nuestra, es un lugar de disputa, como cualquier objeto social y aunque con diferentes perfiles y situaciones históricas, siempre ha sido así», expresó. Por eso considera que el papel actual de las academias al igual que el de la Universidad debe ser contribuir con la educación lingüística más que intentar regulaciones en esta área. «Cualquier forma de regulación lingüística es una opción política, siempre atrás hay ideología», afirmó.
Señaló que en la Universidad conviven por lo menos dos o tres generaciones, con diferentes ideologías, que vienen de diversos lugares del país y del mundo, «proponerse un instrumento lo suficientemente abarcador como para dar cuenta de todo esto desde el punto de vista práctico, conseguir una expresividad que sea reflejo de todas estas diferentes sensibilidades, es prácticamente imposible», opinó. Para ello, «desde el punto de vista político se tendría que lograr un acuerdo que diera cuenta de estas complejidades para después reflejarlas en sugerencias acerca de cómo expresarse, con el supuesto que alguien va a aceptar y adoptar las sugerencias». Considera que la Universidad no tendría que tomar una postura al respecto dado que «hay numerosas implicancias políticas atrás, un organismo con las características de la Udelar no está en condiciones de resolver de conformidad para todas las partes, sensibilidades o franjas etarias». «No me parece que la Universidad tenga que poner la energía en intentar decirle a los universitarios cómo deben hablar, sería poco práctico y me parece que no corresponde», opinó.
Considera que es una buena estrategia utilizar la forma genérica y la utilización como fuente, libros y documentos producidos por mujeres. Sin embargo, opina que es negativo e insostenible el abuso de algunos términos genéricos como estudiantado en lugar de estudiantes que aparecieron mucho en las guías de lenguaje inclusivo de los años 90 ya que se desdibuja la repercusión que tienen acciones de la Udelar en los estudiantes como individuos. Para Bertolotti estos términos quizás tengan la virtud de no asumir el género morfológico masculino pero tienen el claro inconveniente de que señalan el colectivo y no a los individuos que lo componen. «Depende de lo que queramos decir, en el momento que lo queramos decir porque difícilmente logremos tener una receta razonable para todas las situaciones comunicativas dentro de una institución tan compleja como es la Universidad», señaló. Sin embargo, considera que «gracias a los feminismos hay una mirada distinta del tema con lo cual esto se refleja naturalmente. Si además queremos potenciar eso a través de expresiones del lenguaje o manifestaciones sociales como marchas, es bienvenido, pero no quita que algunos de los fundamentos que están detrás de las guías de lenguaje inclusivo no son comprobables y sobredimensionan la posibilidad de determinación morfológica de la mirada del mundo de la gente».
Asimismo, opina que el lenguaje inclusivo no se va a incorporar a la sociedad, aunque aclaró que puede estar equivocada ya que los cambios lingüísticos son poco predecibles. Entiende que para que esto pase, tiene que haber quienes innoven y que adopten y continúen ese cambio, tendría que haber hablantes nativos porque «no se trata de una adaptación comunicativa sino de una decisión tomada de innovar, se necesitaría una generación de hablantes de lenguaje inclusivo para poder estar seguros que el cambio va a progresar, por ahora no hay hablantes nativos, sino hablante que a veces emplean marcas inclusivas», concluyó.
«Visibilizar la desigualdad a nivel lingüístico»
Mariana Achugar señaló que las demandas por un lenguaje inclusivo y denuncias del lenguaje sexista refieren a cómo se manifiestan a nivel discursivo las diferencias estructurales en nuestra sociedad, entre varones, mujeres y otras identidades. Entiende que en este tema hay un componente social que se refleja en el discurso pero que también se reproduce a través de él. «Todas estas diferencias identitarias son producidas materialmente y simbólicamente porque participamos en distintas actividades, tenemos distintas formas de valorarlas unas por sobre otras, diferentes privilegios y diversas formas de identificarnos con ciertos grupos u otros que se expresan a través de ciertos patrones de uso de la lengua y formas de interacción», afirmó.
Indicó que el movimiento en pos de un lenguaje inclusivo trata de visibilizar la desigualdad a nivel de prácticas discursivas, que se conecta con estereotipos y roles de género que reproducen las inequidades sociales. Un ejemplo de esto es el asociar términos de profesiones en masculino con atributos positivos y en su versión femenina con menos estatus como secretario/secretaria. Estas diferencias tienen que ver con la división sexual del trabajo y la asociación de menos valor con tareas reproductivas típicamente asociadas a las mujeres en nuestra cultura.
Otro es el caso de la palabra “presidente” que puede aplicarse indistintamente al género masculino como femenino, pero históricamente en Uruguay se asocia a que los presidentes siempre han sido hombres, exceptuando las situaciones de suplencia. En este caso, la opción “presidenta” apunta a marcar que existe una desigualdad en representación que se visualiza al utilizar este término en femenino. Otro aspecto es que el uso de formas inclusivas en los nombres que asignamos a roles sociales también permite expandir nuestros horizontes de posibilidades, es decir poder imaginar que una mujer ocupe ese rol. En este caso apunta a marcar que existe un estereotipo que nos hace asociar esta palabra con la identidad masculina, exclusión que se visualiza al utilizar este término en femenino.
Achugar entiende que el lenguaje es un factor más que contribuye a transformar o reproducir esta desigualdad sexo genérica en nuestras sociedades.
En cambio el lenguaje sexista se vincula más a la denuncia de prácticas lingüísticas discriminatorias que no son solo el uso de palabras, de morfemas o de pronombres, de si se utiliza masculino o femenino, sino que tienen que ver con el prejuicio de asociar determinadas prácticas y valores a un género y no a otro. Es el caso de la palabra presidente que puede aplicarse indistintamente al género masculino como femenino, pero culturalmente en Uruguay se asocia a que los presidentes siempre han sido hombres, exceptuando las situaciones de suplencia. «La idea es que hablemos de otra manera para generar un cambio, no solo ser críticos sino también diseñar un nuevo tipo de relaciones sociales, que generen modelos y un potencial de otras maneras de ser, vincularnos y de pensar e imaginar el mundo posible», expresó.
Entiende que «lo no dicho también está comunicado, entonces cabe la pregunta de por qué algunas cosas aparecen y otras no, qué se registra y qué no se registra». Por ejemplo, quiénes aparecen representados (las historias de quién se cuentan), o quiénes aparecen como voceros en la prensa (los expertos citados). Opina que esta decisión tiene que ver con lo que consideramos valioso o relevante, que merece ser atendido o escuchado.
También considera que el debate sobre lenguaje inclusivo tiene una profunda importancia a nivel teórico y político, ya que de acuerdo a la postura teórica que se adopte se considera importante o no el tema. Si se concibe que la lengua es algo que se adquiere naturalmente e independiente del contexto, no hay muchas posibilidades de incidencia en su transformación a nivel social. Desde otras perspectivas teóricas se concibe el lenguaje como práctica social que es producto de la cultura y también contribuye a construirla. La sociedad transforma el lenguaje para satisfacer diferentes funciones y contribuye a la construcción social a través de la reproducción de patrones en el uso del lenguaje. Esa perspectiva incluye reconocer la capacidad de las personas de ser agentes que transforman el lenguaje y la realidad construida a través del mismo. En estas teorías sociales del lenguaje se considera que la persona tiene responsabilidad política y que sus opciones lingüísticas tiene implicancias sociales, porque «si hay dos opciones posibles, por ejemplo decir presidente o presidenta, cuando elijo una de ellas, estoy incidiendo en el uso del lenguaje y al mismo tiempo estoy tomando una postura política que me posiciona en un lugar del debate», afirmó Achugar.
En cuanto a los numerosos posicionamientos ideológicos que están por detrás de estos temas, entiende que tienen que ver con ideologías políticas e ideologías lingüísticas que a veces están en contradicción. «Una persona puede ser progresista, pero pensar que está mal usar el lenguaje inclusivo», sostuvo. Es decir, tener una postura que valora los derechos humanos y la equidad a nivel social junto con una posición conservadora a nivel lingüístico que se manifiesta en querer proteger la lengua y la tradición a través de sanciones o regulación del uso de la misma. Señaló que esta contradicción a veces tiene que ver con el hábito. «Todos aprendimos qué es lo bueno, qué es lo malo, lo lindo y lo feo en el uso de la lengua de esa forma se conforman las ideologías lingüísticas que asocian el hablar de un grupo con lo estigmatizado, con lo malo, mientras que otras formas de hablar asociadas con otros grupos se ven como lo bueno, lo educado, lo inteligente. Lo que te suena lindo no es natural, es aprendido viviéndolo a través de la socialización cultural», expresó.
Planteó que lo mismo ocurre con otras prácticas discursivas asociadas con la discriminación como el racismo. Esto no significa que solo, el uso discriminatorio del lenguaje causa el sexismo o el racismo sino que es una práctica social que contribuye a la diferenciación basada en una desigualdad de poder justificada en jerarquías supuestamente naturales.
«¿Alcanza con transformar el lenguaje para transformar la sociedad? No. ¿Es necesario? Si. Por tanto es necesario pero no suficiente», expresó Achugar.
Achugar señaló que muchas veces se ridiculiza a los que proponen estos cambios en la lengua con el argumento que el racismo, el sexismo, están afuera y no tienen nada que ver con el lenguaje ya que este no es racista o sexista. A esto la docente responde que el lenguaje no existe si no hay personas que lo usen, las personas son las que crearon el lenguaje, también son las personas y sus instituciones las que regulan el uso del mismo.
Si la persona se adapta o no a las formas de hablar aceptadas por la sociedad, ésta lo incluye o lo excluye de ciertos lugares de privilegio a nivel social. Por ejemplo, en la universidad y el medio laboral se valoran ciertos usos y sancionan otros relacionando prácticas discursivas con el acceso a ciertas esferas de actividad. Para Achugar el interés en uniformizar el uso del lenguaje se trata no solo de mejorar la comunicación sino también de una cuestión de poder, de control y regulación que contribuyen a mantener estructuras de poder que benefician a unos por sobre otros.
Sostiene que enfocarse solo en la regulación de opciones léxicas o de concordancia en el uso de la lengua a nivel institucional es reducir el debate a cuestiones formales sin considerar cómo nuestras prácticas discursivas contribuyen a esas desigualdades sociales. Para Achugar uno de los aspectos fundamentales a analizar son las formas de interacción, que no tienen que ver con el uso de palabras o estructuras gramaticales sino con cómo se establece el diálogo, quién inicia y quién responde en una conversación, si se escucha o no la respuesta, se elabora o se ignora la contribución.
Respecto al uso de la x como una de las opciones del lenguaje inclusivo, considera que es potente porque no sólo visibiliza otros grupos como las disidencias sino que también es un llamado de atención. «El hacer estas marcas es para que paremos y desnaturalicemos lo que hemos asimilado como lo normal, lo que se busca es que la gente reflexione acerca de lo que presuponen estas prácticas discursivas, qué hay detrás de ellas», afirmó. Añadió que para alcanzar ese objetivo no es necesario obligar a la gente a que hable de determinada manera, reglamentar y sancionar. Por tanto, entiende que la solución no es una guía normativa, está más afín con una que posibilite generar preguntas, ámbitos de discusión que permitan pensar qué hay detrás de esto, por qué se dice así y después dejar que cada uno elija la opción que le guste más. La elección que haga la persona es un posicionamiento político, «si eliges usar la o cuando podes usar la e o la x estás diciendo algo, te guste o no te guste, cuando elegís una te estás posicionando», sostuvo.
Representar y visibilizar la diversidad
Entiende que en las prácticas comunicacionales es muy importante que se utilice un lenguaje en el que se represente y se visibilice a todas las personas, a la diversidad en la comunidad. En este sentido considera que si se quiere lograr esto existen muchas estrategias a nivel comunicativo y numerosas maneras de comunicar. Algunas de ellas pasan por incorporar otros lenguajes como el visual para hacer accesible la información para las personas sordas y por audios que expliquen quién aparece en la foto para acercar los contenidos a las personas con baja visión. Achugar entiende que para lograr una comunicación que abarque la diversidad de personas en la comunidad es importante también usar fuentes variadas o entrevistar a distintos grupos para que se pongan de manifiesto la variedad de posturas y voceros en distintos temas.
Esta diversificación de voces asimismo problematiza la idea de que el único conocimiento válido para discutir estos temas es el de los académicos, y permite incorporar en el debate a los movimientos sociales de donde surge este reclamo. Planteó que algo muy enriquecedor al discutir este tema también sería generar un conversatorio con estudiantes, docentes, funcionarios y en ese espacio colectivo de escucha buscar un acuerdo para que la comunidad universitaria sea parte de la reflexión y participe en las decisiones. Además, esto sería una oportunidad de que las personas tengan otro relacionamiento con los documentos que se producen desde las unidades de comunicación y comprendan mejor las guías. Considera que es importante reconocer que nuestra comunidad es diversa y valorar esto como algo bueno que queremos visibilizar y potenciar. «Al poner distintas voces en diálogo se genera a nivel educativo un espacio más enriquecedor e interesante», sostuvo. Por eso opina que es importante llevar el debate a otro ámbito y generar espacios de reflexión no sólo sobre si «pongo la e o la x».
Para Achugar también es importante pensar cuál es el propósito de los movimientos que promueven el lenguaje inclusivo y opina que debe darse una discusión a nivel de la Udelar para posicionarse como institución acerca del tema. No obstante, considera que la reflexión que ha surgido desde las Unidades de comunicación de la Udelar en torno al tema es «buenísimo» porque son quienes están visibilizando el tema: «estos cambios vienen de las bases», afirmó. Entiende que a la hora de tomar opciones institucionales acerca de usos del lenguaje inclusivo sería importante no sólo del considerar el lenguaje no sexista, sino también antirracista, anti discriminatorio de las distintas diversidades que existen (funcional, de nacionalidad, entre otras).
Con respecto a qué tendría que suceder para que la sociedad uruguaya incorpore el lenguaje inclusivo y si es posible que con las nuevas generaciones esto empiece a suceder, entiende que lo más importante es la reflexión sobre el uso del lenguaje y su relación con desigualdades sociales, más allá de si se viraliza el uso de la e o la x. «Es importante pensar y discutir las maneras en que hablamos, no solo las palabras o los morfemas que usamos sino también los modos de interacción que reproducen desigualdades de poder: quién tiene la palabra, a quién se escucha y a quién no, cuánto tiempo habla uno y cuándo no, qué efecto y recepción tiene un enunciado. Observamos entonces en las prácticas de organización de la interacción cómo se reproducen estas diferencias y desigualdades sociales también», expresó. Por ejemplo, hay estudios sobre prácticas en nuestra cultura que han mostrado que en estudios discursivos en comunidades atravesadas por desigualdades sexogenéricas, una clase o una reunión de trabajo donde participan personas con diferentes identidades sexogenéricas, se tiende a reconocer aportes de varones y se busca su legitimación. Por otro lado, se interrumpen los turnos, no se da la palabra y se ignoran las contribuciones de mujeres. Por eso opina que es importante reflexionar sobre estas prácticas discursivas discriminatorias que están naturalizadas. Entiende que es necesario problematizar en los distintos niveles educativos y en la Licenciatura en Comunicación en particular cómo en el discurso como representación de la realidad y cómo práctica social se manifiestan prejuicios y discriminación. También es importante observar los procesos de cambio de sentido de las palabras y de las prácticas discursivas a nivel histórico y cultural.
En el contexto contemporáneo la discusión acerca del lenguaje inclusivo es fundamental y se da en un momento histórico en el que se pone en cuestión lógica que justifica diferencias sociales y desigualdades culturales basadas en sistemas de creencias y jerarquías basadas en un sujeto universal y sus otrxs.
Opina que este tema tiene y tendrá un gran impacto en las generaciones futuras porque los jóvenes, aunque utilizan distintas prácticas lingüísticas, siempre tienen un lenguaje particular que desafía el statu quo y resignifica las palabras y reglas, es parte de construir su identidad. Es mucho más frecuente entre los jóvenes de hoy ver alguien que se identifica como no binario, algo que hace años era imposible. En ese contexto el debate acerca del lenguaje inclusivo es fundamental y se da en otra realidad.